Un breve video per presentare il romanzo, ma come tutti i metraggi, larghi o corti che siano, è molto difficile plasmare sulla celluloide le sensazioni di uno scritto.
Cada mañana, cuando el sol todavía no había nacido, me lo encontraba en la parada del autobús, inmóvil, con sus enormes gafas cuadradas que le recubrían la cara diminuta. Parecían dos televisores colgando de su nariz, y detrás de esas lentes dos ojos pequeños, negros, brillantes como los de un jabalí.
En la calle, a esa hora de la madrugada, no había nadie excepto él. Los semáforos daban a intermitencia luces naranjas. Yo llegaba siempre atrasado, maldiciendo el sistema, puteando en contra de mi jefe que me hizo un contrato basura, ese de doce horas trabajadas y solo 4 en contrato.
Mientras me acercaba lo veía sereno. Lunes, martes, miércoles. Cada día esperaba risueño la llegada del autobús. Yo también subía al medio de transporte que reptaba por las calles desiertas de la ciudad cruzándose con camiones de la basura conducidos por fantasmas sin expresión y con la boca sangrienta. Jueves, viernes y sábado.
Pequeño cuanto una nuez, tenía siempre unas ganas locas de aplastarle la cabeza y abrirlo para ver qué podría encontrar. Estábamos allá, los dos, insectos con asquerosa coraza, más dura del asfalto que pisábamos.
Era sucio de hierba cortada por el trabajo milenario que hacía, y apestaba a gasolina del corta césped. Llevaba con él toda su vida, la guardaba dentro de los enormes bolsillos de los pantalones verdosos que le quedaban largos. Sus zapatos debían ser dos números más grandes. Tenía los cordones atados tan fuerte para que no se quedara descalzo. Sonreía cuando, alargaba el brazo y con la mano hacía gestos al conductor. El chófer, como conducido por movimientos robóticos, abría las puertas del autobús y las cerraba con un simple parpadeo.
Allá dentro, todo el mundo tenía el propio lugar asignado y nadie podía equivocarse de asiento. El hombrecito verde nunca se había equivocado.
Yo lo envidiaba. Envidiaba su sonrisa de trabajador ejemplar, envidiaba sus pantalones sucios de hierba cortada en los jardines de los chalets fantásticos amontonadas en el barrio de la luna. Yo, silenciosamente, bajaba una parada antes, no llegaba a la luna. Me resignaba a entrar en los bajos fondos de un barrio espectral. Vestía de blanco y sobrevenía a suplicios más duros que mirar series de televisiones o programas de noticias sobre las vidas de los famosos. Tenía que cocinar para los enfermos.
Cadáver Exquisito e Make Room! Make Room! due romanzi distopici legati tra loro.
Sto leggendo il romanzo di fantascienzaMake Room! Make Room! di Harry Harrison.
Lo sto leggendo in lingua spagnola, in formato elettronico.
Una visione distopica di un mondo sovrappopolato, dove il detective Andy dovrà scoprire dove si nasconde il piccolo Billy Chung.
Gran bel romanzo, per i dettagli dell’ambientazione, per la descrizione dei personaggi, sopravviventi in un mondo dove l’umanità in ginocchio si trova sull’orlo dell’estinzione.
Questo romanzo pubblicato nel 1966, mi è stato suggerito dalla lettura di un altro bel romanzo dal titolo suggerente: Cadáver Exquisito, della scrittrice argentinaAgustina Bazterrica,Premio Clarín 2017, purtroppo non ancora tradotto all’italiano.
“Ci sono parole che nascondono il mondo. Parole convenienti, igieniche, legali.”
Cosi inizia una storia pungente, dove non c’è spazio per gli eufemismi, una trama trepidante che interpella costantemente Marcos, il protagonista del libro che aveva vissuto la Transizione quando l’umanità passo dal cibarsi di animali a farlo con gli esseri umani.
Il romanzo Cadáver Exquisito è proprio così, come un pugno sullo stomaco; ci sono passaggi duri da digerire, come il finale di questo romanzo distopico dove il cannibalismo non è più tabù, dove si allevano e si macellano persone, che ormai non vengono neppure più chiamate così, ma semplicemente capi.
Marcos, gerente di un mattatoio dove si macellano legalmente esseri umani, è il portatore della riserva morale di una specie arrivata ai limiti dell’orrendo. La sua angoscia gli impedirà di accettare il suo presente, senza intendere il suo ruolo in una società dalla quale non potrà fuggire mai, una società che ha perso ogni senno e che sottilmente ha sostituito la verità con parole più facili da digerire. Parole convenienti, igieniche, legali.
Un libro scomodo della letteratura contemporanea, un brano ormai indispensabile della narrativa distopica, destinato nello scaffale della mia biblioteca vicino a 1984, Make Room! Make Room!, Metro 2033, Farenheit 451, Brave New World.